Manual epistolar

Mi muy estimada Catalina:


Por la presente, bien, a Dios gracias. Es mi deseo que también a vos os guarde de todo mal, pues seguís siendo mi esposa.


Os escribo esta misiva para haceros saber sobre mi paradero, que no es otro que
nuevamente la cárcel de Sevilla. No sé cuando podré pasar por Esquivías de nuevo, ni siquiera brevemente pues tampoco sé cuanto va a durar mi cautiverio y eso que podría decir que gozaba de los honores de estar a bien con su majestad D. Felipe II y D. Juan de Austria que en estos momentos, de poco me sirven.
Si acepté el cargo de Comisario Real de Abastos que me aleja constantemente de
Esquivías es porque no puedo soportar vivir en el mismo techo que vos y en habitaciones separadas, que me privéis de contacto conyugal y que, cuando me dirijo a vos, a pesar de estar versada en latines y letras, tu juventud y escasa vida más allá del lugar natal, impidan que vos y yo tengamos conversación profunda y un entendimiento de pensamiento para platicar con vos sobre lo humano y lo divino.
A veces incluso he pensado que es por mi minusvalía, que quizá si tuviera los dos brazos y veinte años menos... pero voy a dejarme de desvaríos, a lo hecho pecho y de nada van a servirmis lamentos si vuestro corazón ha dejado de quererme.
Estoy lejos por el bien de los dos, que así no tienen de qué hablar, porque estar en lenguas nunca fue plato de buen gusto, que lo menos que puede pasar es salir trasquilado por los cuatro costados y yo ya ando manco y no voy a tentar a la suerte para acabar también cojeando.
Por estas tierras sevillanas me han odiado cuando he reclamado los impuestos. “Allí viene el recaudador” Pienso en nuestras propias deudas y, qué absurdo ¿verdad? Que a mí me da por pensar que no me perdonas las estrecheces. El reflejo del odio en los ojos de quienes se han desprendido de cuatro talegas de harina que les hacían falta para comer me ha recordado a veces al brillo silencioso que he visto en los tuyos en mis últimas visitas.
Quizá por eso, estimada Catalina, hice extender los poderes que te permiten hacerte cargo de asuntos domésticos en mi ausencia y que me comprometen a saldar las deudas que vayas contrayendo por falta de liquidez. Espero que tomes las decisiones oportunas y que esta estancia mía en la cárcel de Sevilla no perturbe tu ánimo. Ya me las apañaré para salir de la misma forma que he entrado.
Me han llegado rumores sobre Lope de Vega. Anda diciendo por allí que mis versos son malos y ningún necio se atrevería a leerme. Desde siempre me ha tenido inquina y no sé, Catalina, si no te cortejó para envenenar mi alma. Ni siquiera quiero saber si te parece más apuesto que este vejestorio que te duplica en años. Ni si me dijiste que lo odias para acallar esa rabia que siento por él cuando me critica. Pero a estas alturas, tampoco quiero saberlo.
Y ya que estamos con confesiones, te diré que por mi parte, no hay nada de cierto en esas habladurías que me emparejan con Ana Franca. No he retozado con ella ni de pensamiento.
Platicamos en la taberna mientras le hablo de mis batallas y peripecias a lo largo del mundo, pues en algún sitio he de comer de caliente y esa fonda suya siempre huele a cocido recién hecho, a guiso de carne y poseé un vino de excelente catadura. Es como estar en casa, o en la casa que siempre habría deseado.
No, no hablo con entusiasmo de Ana, sino de los personajes con los que me encuentro de la misma cuita y a los que les gusta escuchar mis aventuras. Yo creo que ha sido así como he ido fraguando en mi cabeza la historia en la que estoy trabajando ahora, solo que hay tanta locura que nadie va a saber qué hay de cierto y si de verdad hablo de nosotros.
Empezaron como simples notas que fui anotando en un cuaderno y con las que, como bien sabes vos, y ahora que dispongo de todo el tiempo del mundo, lo ocupo en la escritura, que no es otra cosa que la fabulación del silencio, la mentira transcrita a través de la pluma con la que huyo de los fantasmas que pueblan mi cabeza.
Me consta que habrías preferido un esposo más responsable que este Cervantes viejo y manco. Alguien con una profesión más honrosa que ser humilde escritor. Pero en esta cárcel sevillana he retomado la pasión que jamás debí abandonar. Ando escribiendo como ya te he dicho sobre caballeros andantes, Dulcineas, locuras y desventuras que bien podría decirse que son las mías propias.
Me siento viejo, Catalina. Debe ser cosa de las influencias de este Quijote que no para de quejarse y que galopa a lomos de Rocinante arremetiendo contra los molinos.
Lo siento, Catalina. Siento escribirle a vos esta carta con la que la obligo a leer, cuando a pesar de saber hacerlo, prefieres ocupar el tiempo en otros menesteres y quizá no llegues a comprender el mensaje que quiero transmitirte.
A pesar de nuestras desavenencias, de no haberme dado hijos legítimos, te siento miesposa y recuerdo ese instante preciso en el que me cautivaste con tu belleza y creí habermeenamorado para siempre. Porque estimada Catalina, el amor es invisible y entra y sale por dondequiere sin que nadie le pida cuentas de los hechos. No todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama. (frases de Cervantes)
Voy a dejar de soñar despierto, porque sin prisa pero sin pausa he de enviarte todas estasnuevas así como mis mejores deseos para vos. Hasta entonces, si tienes a bien mantenerme entu memoria, usaría el manual de escritura epistolar Modi Dictaminum para despedirme pero Guido, el clérigo de la Toscana recomendaba elogiar la belleza, el recuerdo de los momentos felices, y
ante la duda de cómo encajarás estos renglones, simplemente decirte que a esta, seguirán otras.

D. Miguel de Cervantes