Posada de la Rosa roja,
Pennsylvania diez de junio de 1902.
Admirado señor
Wilson (o no sé si debiera decir querido James):
El motivo de mi
carta es responder a la suya de abril. Le diré que al leerla quedé desconcertada.
Incluso ahora, desconozco si respondo a una oferta de trabajo, o a una carta de
amor. El hecho de que se dirigiera a mí como señorita Shippen (en lugar de
Elisabeth), me hizo considerar la primera de las opciones. Argumentaba, señor
Wilson que, dada mi capacidad de organización, y mi buen gusto para las Bellas
Artes, yo sería la persona apropiada para dirigir el museo del que los Wilson
son principales benefactores. Añadía que eso le liberaría a usted de
obligaciones, dándole la oportunidad de dedicarse en cuerpo y alma a los
negocios de su familia. Con toda cortesía, ¿qué persona habla de la
conveniencia de los negocios de “su familia” de sangre cuando está sugiriendo a
una mujer formar una nueva con ella? Porque usted (lo he tenido que releer para
cerciorarme de que no lo había interpretado mal), proponía que nos
desposáramos, y argüía que nuestra unión iba a ir en beneficio de ambos. Si se
trataba de trabajo, le faltaba detallar lo más básico, como mis emolumentos; y
si era una carta de amor, adolecía de falta de pasión. En todo caso, no
quisiera causarle incomodidad con estas líneas, porque hay mucho de obsequio
hacia mi persona en la carta que usted me remitió. Es difícil no reconocer como
virtud su tono laudatorio respecto a mis estudios universitarios y publicaciones.
Es algo que agradezco de modo sincero. Aunque, como debiera ser propio en quien
realiza una propuesta de matrimonio, también hubiera debido hacer alusión a mi
belleza o a mi limpieza de espíritu. Sea como fuere, me agrada el tono de respeto
que, aunque estemos ya en el siglo XX, no siempre se ve con las mujeres.
Imagino que en lo
escrito hasta ahora está implícita mi respuesta, de todos modos, me gustaría
hacerla expresa. Responderé a James diciéndole que si su oferta hubiese llegado
hace tan solo un año, hubiera sentido hormigas de ilusión correteando por mi
estómago. No porque estuviera enamorada, sino porque para cualquier jovencita
su propuesta hubiera sido el mayor de los cumplidos. Es usted un hombre bien
parecido y, en lo que le he tratado, se me hace que dotado de ingenio y de una
bondad natural que no resulta común entre las personas de clase adinerada. A
ninguna mujer le resultaría difícil sentirse seducida por sus encantos. Sin
embargo, ahora es otro el momento que vivo. No sé si conocerá que, junto a dos
amigas también artistas (Violet y Jessie Wilcox), me he mudado a la antigua
ubicación de la Posada de la Rosa Roja. Entre las tres (aunque debo
decir cuatro porque nos acompaña Henrietta, que nos provee de todo lo necesario),
entre todas, digo, pretendemos abrirnos camino por nuestros propios medios en
el mundo de la pintura y la ilustración. Si no ha oído hablar de nosotras hasta
ahora, tal vez lo haga en el futuro. Como artistas, espero, y no como objeto de
habladurías. Hay quien asegura que en esta casa disfrazamos de amistad lo que
no es sino una relación carnal. Nada habría de malo en ello si fuera cierto,
pero no se deje llevar por la mezquindad de quien eso diga. No demuestra otra
cosa salvo que no está preparado para los tiempos que se avecinan. En cuanto al
señor Wilson le responderé que mi vocación no es la de realizar un trabajo
administrativo, sino la de simple ilustradora. Aspiro a llegar al lugar al que
esa voluntad me lleve: hacer que mis dibujos sean portada de libros, esperar
que mis diseños sirvan de apoyo a afiches publicitarios, y cumplir cabalmente
con el contrato que me une a Harper's Magazine. Que mis
ilustraciones puedan ser identificadas por cualquier americano culto es mi
máximo empeño, y la Posada de la Rosa roja el lugar en el que puedo llevarlo a
cabo. Está alumbrando el ideal de una nueva mujer, y formar parte de él es el afán
que me anima. En fin, que deseando ocupar mi tiempo en lo que acabo de exponer,
estoy segura de que no sería capaz de desempeñar con solvencia el trabajo que
me ofrece. Así que tengo que decir que no a la oferta de James, y no a la
propuesta del señor Wilson. Entenderá que tengo que ser leal a la Elisabeth que
soy y no ser esclava, ni de las ensoñaciones de la muchacha que fui, ni del
interés de la mujer que usted me sugiere que sea. Quisiera terminar con unas
palabras que con frecuencia nos repite Henrietta para justificar su presencia
con nosotras: «El principal obstáculo para el éxito de una mujer es que nunca
podrá tener esposa. Es difícil triunfar sin esa ayuda que ahorra tiempo». Me
gustaría que llegara el momento en que eso que Henrietta dice no fuera cierto.
Esa y no otra es mi porfía.
Sin más, esperando
que mi respuesta en modo alguno le resulte inconveniente, me despido de usted:
Elisabeth Shippen Green.
Seudónimo:
Emmeline Pankhurst
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